domingo, 17 de febrero de 2013

Bernardino Rivadavia, paradigma del liberalismo porteño


Bernardino Rivadavia constituye, sin dudas, el paradigma más fiel del liberalismo argentino. Secretario del Primer Triunvirato, arquitecto del naciente Estado de Buenos Aires entre 1821 y 1824 y presidente de la Nación entre 1826 y 1827, Rivadavia definió a través de su gestión la matriz de la dependencia nacional que sería retomada por Bartolomé Mitre a partir de 1861. A tal punto llegó la admiración del fundador deLa Nación y padre de la historia oficial argentina, que no dudó en caratularlo como “el más grande hombre civil de la tierra de los argentinos”. El título, desde la particular valoración de Mitre, era ampliamente merecido, ya que Rivadavia sintetizó a través de su acción una serie de ítem generosamente valorados por el liberalismo oligárquico: vocación colonial, corrupción, entrega del patrimonio nacional, distanciamiento de las naciones hermanas, sumisión de las provincias a la hegemonía porteña, dependencia respecto del Imperio Británico, disciplinamiento de las clases subalternas, represión de la oposición...
Ya que un personaje tan relevante para la historia de la dependencia argentina merece un trato pormenorizado, abordaré aquí la primera parte de su trayectoria, desde su nacimiento hasta su salida de la administración provincial, en 1824.
Primeros pasos. Bernardino de la Trinidad González Rivadavia y Rivadavia nació en Buenos Aires en 1780. Hijo de un comerciante español, cursó estudios, aunque sin concluirlos, en el Real Colegio de San Carlos. Durante las Invasiones Inglesas participó como teniente del Cuerpo de Voluntarios de Galicia y, poco después, contrajo enlace con la hija del exvirrey Del Pino, Juana. Estas acciones, sumadas a un escaso compromiso con la causa revolucionaria, condujeron a su deportación por parte de la Junta Grande, bajo la acusación de “españolista”. A consecuencia del golpe institucional que permitió instalar el Primer Triunvirato (1811), Rivadavia retornó a Buenos Aires, asumiendo la Secretaría de Guerra, desde donde se desempeñó como el conductor de hecho del nuevo emprendimiento político. Su gestión estuvo marcada por la persecución de la oposición y por una significativa resignación de las expectativas revolucionarias, la desautorización de la Bandera creada y hecha jurar por Belgrano a orillas del Paraná, en 1812, y la definición de una estrategia de guerra que, en caso de haber sido respetada, hubiera significado seguramente la pérdida del NOA. Sin embargo, Manuel Belgrano desconoció sus órdenes y obtuvo la trascendental victoria de la batalla de Tucumán, que no sólo significó el inicio del repliegue de los invasores, sino también el disparador para el levantamiento del 8 de octubre de 1812, liderado por la Logia Lautaro y la Sociedad Patriótica, que puso fin a la nefasta experiencia del Primer Triunvirato. Una vez más, Rivadavia fue detenido y deportado. A continuación, se procedió a crear el Segundo Triunvirato, con el encargo de convocar a una Asamblea Constituyente para avanzar sin dilaciones en la sanción de la independencia nacional.
Sin embargo, el alejamiento de Rivadavia de Buenos Aires sería sólo momentáneo. Las noticias que llegaban de Europa sobre la debacle de las tropas napoleónicas en Rusia y en España auguraban el ocaso del proyecto hegemónico de Bonaparte, una pronta recuperación de la corona por parte de Fernando VII y la imposición de un liderazgo inglés sin contrapesos en Occidente. En sintonía con estos cambios, y bajo el liderazgo de Carlos María de Alvear, la Asamblea del Año XIII archivó su cometido inicial y se limitó a sancionar diversas medidas con el fin de organizar la administración y garantizar la gobernabilidad, entre las que se destacaron la creación de un nuevo ejecutivo –el Directorio Supremo–, la aprobación de un nuevo sistema de pesos y medidas y del Escudo Nacional y la proclamación de la libertad de vientres. Mientras tanto, la cuestión de la independencia era excluida de la agenda pública. En su reemplazo, se envió una misión a Europa, en 1814, compuesta por Manuel Belgrano y el ahora “recuperado” Rivadavia, con el fin de conseguir la aprobación de algún candidato de la nobleza europea para ser consagrado como monarca en el Río de la Plata.
Si bien el proyecto fue desactivado debido al veto inglés, todavía en junio de 1816 Rivadavia se dirigía a FernandoVII en los siguientes términos: “Como la misión de los pueblos que me han diputado se reduce a cumplir con la sagrada obligación de presentar a los pies de Su Majestad las más sinceras protestas de reconocimiento y vasallaje, felicitándole por su venturosa y deseada restitución al trono y suplicarle humildemente que se digne, como padre de sus pueblos, darles a entender los términos que han de reglar su gobierno y administración.” Un mes después, el Congreso de Tucumán proclamaba la Independencia nacional...
La extensa estadía europea de Rivadavia le permitió cosechar importantes contactos políticos y sociales, al tiempo que reconvertía su anterior hispanismo en una decidida militancia pro-británica. Para ello resultaron vitales su vinculación con el filósofo francés Destutt de Tracy, que lo inició en el liberalismo conservador de Benjamin Constant, y con el utilitarista inglés Jeremy Bentham. Pero el acercamiento de Rivadavia con el establishment anglo-francés iría mucho más allá, a punto tal de provocar su expulsión de Madrid por disposición de Fernando VII. Rivadavia se mantuvo durante bastante tiempo en Europa, participando activamente de conspiraciones políticas en beneficio de pretendientes a ocupar las monarquías francesa y española, en el agitado escenario de la Europa post napoleónica.
Las “Reformas Rivadavianas”. La batalla de Cepeda, en 1820, clausuró el orden político nacional del Directorio, propiciando la consolidación de las autonomías provinciales en nuestro país. Buenos Aires debió afrontar entonces la creación de un Estado Provincial, aunque la empresa no resultó sencilla, ya que en pocos meses desfiló una decena de gobernadores que no consiguieron sostenerse en su cargo. Finalmente, en 1821, el nuevo titular del ejecutivo provincial, Gral. Martín Rodríguez, decidió convocar a Rivadavia para hacerse cargo del estratégico Ministerio de Gobierno y RR.EE. de la provincia. Tal como había sucedido en su anterior paso por la gestión pública, Rivadavia opacó con su desempeño al gobernador provincial, adquiriendo un rápido liderazgo sobre una Sala de Representantes compuesta por mitades por comerciantes y ganaderos. La acción de Rivadavia apuntó a reorganizar la provincia bajo el control de comerciantes locales e ingleses, como paso previo para la imposición de una hegemonía portuaria sobre el resto del país. Para entonces, poco quedaba del “españolista” deportado por la Junta Grande, ya que sus medidas políticas, sociales y culturales se enfocaron a crear las condiciones apropiadas para la inclusión del Río de la Plata como satélite del Imperio Británico en expansión. Las denominadas Reformas Rivadavianas incluyeron la organización de los poderes provinciales, la reducción de los gastos del Estado, que implicó una reducción del número de civiles en las tropas –reemplazados por gauchos desocupados reclutados por la fuerza– y la baja de los oficiales opositores. A fin de centralizar el poder, se dispuso la supresión de los Cabildos de Buenos Aires, San Nicolás de los Arroyos y Luján. Asimismo, se crearon la Bolsa Mercantil y del Banco de Descuentos, antecedente del Banco Provincia, que fue puesto en manos de financistas británicos y criollos, con las funciones de emitir moneda y otorgar préstamos a corto plazo. También aprobó la expulsión de las órdenes religiosas y la estatización de sus propiedades, y la creación del Colegio de Ciencias Morales y la Universidad de Buenos Aires. Para fomentar el establecimiento de europeos en el Río de la Plata, se formó una Comisión de Inmigración. En política exterior, se abandonó la lucha revolucionaria, aislando a los ejércitos de San Martín y de Güemes, quienes se vieron librados a sus propios medios para continuar con la gesta por la independencia americana.
Las reformas incluyeron la sanción de una ley de “sufragio universal”, que era en realidad bastante restrictiva, ya que excluía a jornaleros, domésticos y empleados, y mereció la condena de Manuel Dorrego, quien sostuvo que estaba orientada a dejar los destinos del país en manos de un estrecho número de comerciantes y capitalistas, entronizando a la “aristocracia del dinero”, que ya tenía el control del Banco y de la Bolsa.
Otras dos medidas se vinculan directamente con prácticas de corrupción y tendrán importancia decisiva en la formación de la oligarquía argentina: el empréstito contratado con la Baring Brothers y la Ley de Enfiteusis. En 1822, la Sala de Representantes de Buenos Aires autorizó a Rivadavia a gestionar un empréstito con la Baring por 1 millón de libras esterlinas, para construir un puerto, un sistema de aguas corrientes y fundar pueblos. Ninguno de estos objetivos se concretó, y la iniciativa se convirtió en un gigantesco acto de corrupción en beneficio de una minoría acomodada. Las tierras públicas, hipotecadas como garantía de pago, fueron asignadas en posesión a legisladores y actores próximos a Rivadavia, a través de la Ley de Enfiteusis, a cambio del pago de un canon prácticamente teórico. En lo referido al empréstito Baring, basta con puntualizar que, de la suma de 1 millón de libras por la que fue contratado, sólo llegaron al país 570.000, la mayoría en letras de cambio sobre casas comerciales británicas en Buenos Aires que eran propiedad de los intermediarios, los hermanos Parish Robertson, Braulio Costa, Juan Pablo Sáenz Valiente, Félix Castro y Miguel Riglos, quienes además recibieron por sus servicios una comisión de 120.000 libras. El empréstito se terminó de pagar en 1904 y en total, se abonaron 23.734.766 pesos fuertes...
En 1824, al concluir la gestión de Martín Rodríguez, Rivadavia abandonó provisoriamente la gestión pública para trasladarse a Inglaterra, decidido a facilitar nuevas iniciativas en el camino delineado por el acuerdo con la Baring. Para entonces, su obra ya le había ganado la condición de prócer del liberalismo argentino, y eso que aún no había alcanzado la presidencia.

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